Debemos honrar la figura de Maite Pagzaurtundúa Ruiz y haciéndolo honramos, en primer lugar, a las víctimas del terrorismo. Todos los que ha recibido anteriormente el premio que hoy otorgamos, el premio de CONVIVENCA CÍVICA CATALANA, instituido para rendir homenaje público a aquellas personas y colectivos distinguidos por su labor en la defensa de los valores constitucionales, guardan estrecha relación con las víctimas del terrorismo: GRUPOS DE ESCOLTAS DE LAS FUERZAS Y CUERPOS DE SEGURIDAD DEL ESTADO DESTINADOS A LA PROTECCIÓN DE LOS CIUDADANOS AMENAZADOS POR EL TERRORISMO, a la AVT que presidía FRANCISCO JOSÉ ALCARAZ y al malogrado ANTONIO BERISTAIN. A esta relación se añade ahora el nombre de Maite Pagazaurtundúa Ruiz. Ud. esperan seguramente de mí que glose en una laudatio o encomio la biografía, los méritos y virtudes de la premiada, Maite Pagaurtundúa.
Reconozco de antemano mi incapacidad para este género oratorio… Podría decir, para aliviar mi pecado, que una persona que ha recibido los siguientes premios:
• Premio Enrique Ruano Casanova pro Derechos Humanos (2018): por su activismo en favor de las víctimas del terrorismo, concedido por la Universidad Complutense de Madrid
• Premio Henneo (2018): por su defensa a las libertades y los DDHH concedido por el Heraldo de Aragón. • Premio Tolerancia (2018): concedido por la Asociación para la Tolerancia.
• Premio Corona de Esther (2017): concedido por el Centro Sefarad-Israel. • Medalla de la Orden del Mérito Constitucional (2003): concedido por la Orden del Mérito Constitucional
• Premio Sajarov (2000): como miembro de la plataforma cívica ¡Basta Ya! concedido por el pleno del Parlamento Europeo.
Convendrán conmigo que quien ha recibido estos premios no necesita que se enumeren sus méritos. Pero, en todo caso, creo que no se trata de esto. Y si me permiten decirlo: este premio, el modesto premio que hoy otorga Convivencia Cívica Catalana a Maite Pagazaurtundúa, no es un premio cualquiera; no, no me estoy refiriendo a su importancia; y por supuesto, tampoco la premiada es una persona cualquiera y sus méritos no son méritos ordinarios.
¿Qué es lo que hacemos al otorgar este premio a Maite Pagazaurtundúa? ¿Qué significado tiene, cuál es la naturaleza de este, así llamado, premio? Se trata sin duda de una conmemoración. Y de este modo, aunque sea tan solo por un momento, le damos vuelta al tiempo. Abrimos en la continuidad del tiempo físico una brecha, un espacio moral, nos negamos a la violencia de un tiempo biológico, natural, IRREVERSIBLE. Al recordar anticipamos el futuro, un tiempo nuevo que trata de redimir, aunque tan sólo sea por un momento, un pasado doloroso, terrible. Y cuando premiamos a Maite Pagaza lo hacemos para reconocer, en primer lugar, su denodado empeño en mantener la dignidad de las víctimas del terrorismo de ETA, que hoy, cuando se dice que ETA ha sido derrotada, es la condición de la defensa de nuestras libertades. Los estragos del terrorismo exigen de todos nosotros, como ciudadanos, una posición activa.
No podemos ni debemos dejar pasar el tiempo, para que el tiempo, así se dice, “borre” sus estragos. Porque el acto terrorista, la existencia de las víctimas, trastorna el orden del tiempo, lo desquicia, altera la naturaleza misma del tiempo. Porque revela que el tiempo humano es un tiempo simbólico, moral, no un tiempo físico-natural. Aquí también es aplicable ese teologúmeno judío: «el recuerdo acelera la salvación». Porque el tiempo humano, el tiempo moral, no transcurre naturalmente. Darle la vuelta al tiempo. Volver hacia atrás la historia. Eso quiere decir: hacer moral la historia. Nuestra historia, la historia de nuestro país, España. De la España democrática marcada a fuego por la barbarie terrorista.
No se puede ser español sin aceptar esa herencia, esa culpa, esa deuda colectiva, y asumir la tarea de redimirla, aunque sea irredimible, de rescatarla. Cierto, la redención de las víctimas no se producirá sino con el arrepentimiento de los victimarios, pero eso exige de todos nosotros, sino queremos convertirnos en cómplices, hacer frente a los intentos de convertir en pasado a las víctimas. No, las víctimas son nuestro futuro: el futuro moral de una España, de un País Vasco, de una Cataluña en los que se reconozca por todos que la víctimas de ETA han sido, son y serán sus víctimas. Un País Vasco que renuncie a la exclusión étnica de gran parte de su población, que asuma colectivamente su culpa y asuma la barbarie como su «patrimonio negativo». Y hasta que en las ikastolas no se enseñe eso Euskadi no será libre. En vez de eso unos, los victimarios, tratan de justificar la barbarie en una causa, de darle sentido con un discurso legitimador, con homenajes que causan la revictimación de sus con el fin de alcanzar la impunidad. Pero también eso, la relación entre causa y efecto, está trastornada, desquiciada temporalmente como consecuencia de la barbarie terrorista. Porque sus asesinatos no tienen otro objetivo causar el terror y destituirnos como ciudadanos libres e iguales; son, por así decirlo, la causa de la causa. Construir la causa que justifique sus bárbaras acciones este es el fin, su objetivo. Por Euskadi, dicen, pero ¿qué sería su Euskadi sin sus asesinatos, sin el terror? Aquí el efecto es anterior a la causa. El efecto, el terror, la barbarie, engendra la causa. La enormidad del terror engendra la causa, que no sería nada sin el terror. Otros quieren que las víctimas olviden, que olvidemos todos su existencia. Contra ellos hay que hacer evidente y mantener la barrera que separa a las víctimas de los verdugos. Ese olvido que su mala conciencia necesita es justamente lo que impide que ese pasado se convierta en pasado, que paradójicamente se convierte en presente, y que impida que haya un verdadero futuro: el futuro del tiempo nuevo. Crear el futuro significa entonces redimir el pasado. Moralizar la historia, crear un tiempo nuevo que no sea mera repetición de lo existente, o la monstruosa criatura que engendra las monstruosidades del pasado. Porque ese pasado retorna de un modo u otros, es pasado presente y futuro. Es imborrable.
PARA NO OLVIDAR. Se trata de que el «deseo individual de reversión humana del tiempo represente una función histórica», para eso Incluso puede servir EL RESENTIMIENTO Ha sido un intelectual sobreviviente de Auschwitz, Jean Améry, quien ha reivindicado el derecho al resentimiento de las víctimas. Pero en él el re- sentimiento se convierte en la manera de sostener la dignidad de las víctimas, se transforma en memoria. Jean Améry escribe: «No se me oculta que el resentimiento no sólo es un estado antinatural, sino también lógicamente contradictorio. Nos clava a la cruz de nuestro pasado destruido. Exige absurdamente que lo irreversible debe revertirse, que lo acontecido debe cancelarse. El resentimiento bloquea la salida a la dimensión auténticamente humana, al futuro.
No se me escapa que el sentido del tiempo de quien es presa del resentimiento se encuentra distorsionado, trastocado, si se prefiere, pues desea algo doblemente imposible: desandar lo ya vivido y borrar lo sucedido. Volveremos a tratar esta cuestión. En cualquier caso, ese hecho explica por qué el hombre del resentimiento no puede secundar aquel llamamiento a la paz que con tono jovial nos exhorta al unísono a no mirar hacia atrás, sino hacia delante, hacia un futuro mejor y común. Contemplar el futuro con ánimo sereno me resulta tan costoso como demasiado fácil a los perseguidores de ayer. Tampoco me siento capaz, quebradas como tengo las alas por el exilio, la clandestinidad y la tortura, de participar en los altos vuelos éticos que nos propone a las víctimas hombres como el publicista francés André Neher. Nosotros, proscritos, exhorta el hombre de espíritu sublime, deberíamos interiorizar y asumir en una ascesis emocional nuestro sufrimiento pasado, así como nuestros verdugos aceptan y se hacen cargo de su culpa. Confieso que me faltan ganas, talento y convicción. Me resulta imposible aceptar un paralelismo entre mi andadura y la de aquellos tipos que me golpearon con las porras. No deseo convertirme en cómplice de mis torturadores, exijo más bien que se nieguen a sí mismos y me acompañen en la negación. Las montañas de cadáveres que nos separan no se pueden aplanar, me parece, mediante un proceso de interiorización, sino, por el contrario, mediante la actualización, o dicho con mayor exactitud, la resolución del antagonismo irresuelto en el campo de acción de la praxis histórica.» Porque para Améry, y en esto reside la grandeza moral de su posición, la historia humana no es una historia natural, compuesta de hechos objetivos. El crimen del terrorismo no es un fenómeno natural sino moral (político). Dice Améry « Mis resentimientos existen con el objeto de que el delito adquiera realidad moral para el criminal, con objeto de que se vea obligado a enfrentar la verdad moral de su crimen.» Y añade: «De ahí mis reparos a la reconciliación, dicho con más exactitud: el convencimiento de que una disponibilidad a la reconciliación proclamada públicamente por las víctimas del nazismo no puede representar más que insensibilidad e indiferencia frente a la vida o conversión masoquista de una exigencia de venganza auténtica reprimida.» El que perdona, «Acepta con resignación los acontecimientos tal y como acontecieron. Acepta, como dice un lugar común, que el tiempo cura las heridas. Su sentido temporal no está "desquiciado", es decir, no se sale del quicio biológico-social para emplazarse exclusivamente en el ámbito moral del tiempo […] Quien perdona por comodidad e indolencia se somete al sentido social y biológico del tiempo que también suele denominarse «natural». La conciencia del tiempo natural arraiga de hecho en la cicatrización le heridas como proceso fisiológico y se ha proyectado en la representación social de la realidad. Pero justamente por esa razón, tal conciencia no sólo posee un carácter extra-moral, sino antimoral.» «Negar su aquiescencia a cualquier evento natural, también pues al encoramiento biológico provocado por el tiempo, es derecho y privilegio del ser humano. Lo pasado, pasado: he ahí una sentencia tan verdadera como hostil a la moral y al espíritu. La capacidad de resistencia moral incluye la protesta, la rebelión contra lo real, que es razonable sólo mientras sea moral. El hombre moral exige la suspensión del tiempo, en nuestro caso, responsabilizando al criminal de su crimen. De esa guisa, este último podrá, consumada la reversión moral del tiempo, relacionarse con la víctima como semejante.» En el mismo sentido lo decía Maite Pagaza recientemente, el 14 de abril en Rentería, cuando acosada por los que se llaman a sí mismos antifascistas, los matones abertzales, como la propia Maiye los llamó, decía a los que asistían al acto que trataban de acallar los gritos de los matones con los gritos de ¡valiente, valiente!: Decía Maite: «no, yo no soy valiente, nunca he sido valiente; sólo he tenido un poco de dignidad, y he querido la libertad para todos, para vosotros también (se dirigía entonces a aquellos que le acosaban) porque el día que condenéis la persecución, el día que aprendáis que la libertad de expresión es para todos, ese día podremos hacer una Euskadi de futuro, y una España muchísimo más interesante. y con mayores posibilidades para todos, también para vosotros cuando condenéis el pasado […] Y apostrofando a quienes le increpaban insultándola, les dijo: «Queréis justificar el pasado. Y esta es la gran desgracia de este país. Queréis justificar lo que no tiene justificación. Queréis justificar vuestro pasado y para eso, para tener razón, necesitáis socios, señalando a Esquerra republicana, […] queréis conseguir la impunidad.» Y hay muchos que quieren asegurarles esa impunidad y la justifican con una palabra que han convertido en calderilla, la reconciliación, que apenas disimula su temor a convertirse en víctimas. De ser así, los verdugos habrían conseguido de manera irreversible sus propósitos. Y dejadme decirlo de forma cruda: la mejor manera de evitar convertirse en víctima es convertirse en verdugo, es hacerse su cómplice. Ese es el camino que muchos ha escogido. Eso es lo que significa la reconciliación que nos proponen. Nosotros no queremos eso, nuestro sitio está al lado de las víctimas, porque nos sentimos amenazados en nuestra condición de ciudadanos. Porque las víctimas del terrorismo no son víctimas cualesquiera, no son víctimas privadas, son víctimas públicas, víctimas universales, porque están en el lugar de todos nosotros. Su muerte nos interroga a todos y cada uno de nosotros en nuestra condición de sujetos políticos. El terrorismo atenta el vínculo político mismo que determina nuestra pertenencia a una comunidad política de ciudadanos libres e iguales. Un vínculo que hace de la comunidad política una verdadera comunidad, una comunidad universal. No por otra razón fueron asesinados: fueron asesinados para disolver ese vínculo, el vínculo de la igualdad y la libertad, y sustituirlo por el vinculo de la comunidad étnica, sea esta la vasca, la catalana o cualquier otra. Porque fueron asesinados en nuestro lugar. Les fue arrebatada su vida como medio para acabar con ese vínculo, para acabar con la condición misma de ciudadanos, para acabar con ese vínculo político y sustituirlo por la esclavitud y la falta de igualdad que supone la determinación de la pertenencia a una comunidad por una condición cualquiera, y sea de orden personal o social, de una condición cualquiera que no sea la simple condición humana, una condición universal. Recibe Maite, tú que tanto has hecho y haces no sólo por la dignidad de las víctimas, sino al mismo tiempo, al hacerlo, por la dignidad de todos nosotros como sujetos políticos, es decir como ciudadanos, y especialmente en el País Vasco y Cataluña, allí donde esa religión política, el nacionalismo, amenaza las libertades, recibe este modesto homenaje de quienes para sentirse españoles libres e iguales necesitan honrar a las víctimas del terrorismo, que no conciben el futuro España sin intervenir en su historia abrazando la causa de las víctimas, que no son sino las víctimas de la libertad e igualdad que se nos trata de arrebatar. No abrazar la causa de las víctimas equivale a claudicar, a ceder nuestra propia dignidad, la dignidad que nos hace españoles, que nos hace ciudadanos libres e iguales, para restablecer el vínculo que nos une a todos nosotros, incluso más allá de la muerte.
Francisco Caja
11 de octubre de 2019